jueves, 13 de mayo de 2010

CUENTOS Y POESÍAS PARA EL DÍA DE INTERNET

ALBERTO Y SU ORDENADOR

Alberto era un niño que se moría por internet y los juegos. Podía pasar horas y horas delante de la pantalla y, a pesar de que sus padres no creían que fuera posible, él disfrutaba de verdad todo aquel tiempo de juego. Casi no se movía de la silla, pero cuando se lo decían, cuando otros le animaban a dejar aquello y conocer el mundo, él respondía: "ésta es mi puerta al mundo, aquí hay mucho más de lo que pensáis".
De entre todos sus juegos, había uno que le gustaba especialmente. En él guiaba a un personaje recogiendo tortugas por infinidad de niveles y pantallas. En aquel juego era todo un experto; posiblemente no hubiera nadie en el mundo que hubiera conseguido tantas tortugas, pero él seguía queriendo más y más y más....
Un día, al llegar del colegio, todo fue diferente. Nada más entrar corrió como siempre hacia su cuarto, pero al encender el ordenador, se oyeron unos ruidos extraños, como de cristales rotos, y de pronto se abrió la pantalla del monitor, y de su interior empezaron a surgir decenas, cientos y miles de pequeñas tortugas que llenaron por completo cada centímetro de la habitación. Alberto estaba inmóvil, sin llegar a creer que aquello pudiera estar pasando, pero tras pellizcarse hasta hacerse daño, apagar y encender mil veces el ordenador, y llamar a sus padres para comprobar si estaba soñando, resultó que tuvo que aceptar que ese día en su casa algo raro estaba sucediendo.
Sus padres se llevaron las manos a la cabeza al enterarse, pero viendo que las tortugas no iban más allá de la habitación de Alberto, pensaron que sería cosa suya, y decidieron que fuera él quien las cuidara y se hiciera cargo de ellas.
Cuidar miles de tortugas de un día para otro, y sin haberlo hecho nunca, no era tarea fácil. Durante los días siguientes Alberto se dedicó a aprender todo lo relativo a las tortugas; estudió sus comidas y costumbres en internet. Y comenzó a ingeniárselas para darles de comer. También trató de engañarlas para que dejaran su cuarto, pero no lo consiguió, y poco a poco fue acostumbrándose a vivir entre tortugas, hasta el punto de disfrutar con sus juegos, enseñarles trucos y conocerlas por sus nombres, a pesar de que conseguir tanta comida y limpiar todo el día apenas le dejaba tiempo libre para nada. Y todos, tanto sus padres como sus amigos y profesores, disfrutaban escuchando las historias de Alberto y sus muchos conocimientos sobre la naturaleza.
Hasta que llegó un día en que no se acordaba de su querido ordenador. Realmente disfrutaba más viviendo junto a sus tortugas, aprendiendo y observando sus pequeñas historias, saliendo al campo a estudiarlas, y sintiéndose feliz por formar parte de su mundo. Ese mismo día, tal y como habían venido, las tortugas desaparecieron. Al saberlo, sus padres temieron que volviera a sus juegos, cuando era mucho más triste y gruñón, pero no fue así. Alberto no soltó una lágrima, ni perdió un minuto buscando tortugas entre los cables y chips del ordenador, sino que tomando la hucha con sus ahorros, salió como un rayo a la tienda de mascotas. Y de allí volvió con una tortuga, y algún que otro animal nuevo, a quien estaba dispuesto a aprender a cuidar.
Y aún hoy Alberto sigue aprendiendo y descubriendo cosas nuevas sobre la naturaleza y los animales, incluso utilizando internet, pero cada vez que alguien le pregunta, señala a sus animales diciendo, "ellos sí que son mi puerta la mundo, y en ellos hay mucho más de lo que pensáis".


NORA FLORES LOBREGAT


Dia de internet. Dia de las telecomunicaciones

EL ORDENADOR QUE SE FUE DE VIAJE POR INTERNET

Érase una vez un ordenador muy curioso, que se quería ir de viaje por
Internet. Se llamaba Perico. Tantas ganas tenía que un día decidió
irse cuando llegara la noche. Aquel día le pareció muy largo, tan
largo que por un momento pensó que ese día nunca acabaría. Por fin
llegó el momento. Perico se encendió y comenzó su viaje por Internet.
Primero prefirió irse por las grandes ciudades, como Nueva York,
Madrid, Barcelona… Pero no le convenció, así que se fue a África a
ver a todos los animales salvajes y a las tribus que allí habitaban.
Conoció a los leones, a los tigres, a las gacelas, a los elefantes…
Todo aquello le pareció muy bonito, pero Perico no quedaba totalmente
convencido. Continuó su viaje por el bosque a observar a todas las
criaturas que vivían allí. Hizo un camping, durmió la siesta y pasó la
noche.
Cuando se despertó, Perico se dio cuenta de que había pasado toda la
noche encendido. En menos que canta un gallo, se apagó. Pero tuvo
mucha suerte porque, justo en ese momento, apareció su dueño, llamado
Maestro de los Amazonas. Pero Perico no es un ordenador que se dé por
vencido fácilmente, así que esa noche se metió en una página web de
ideas para hacer planes. En esa página había miles y miles de ideas.
Pero cuando ya casi lo tenía, tuvo que volver a la página de inicio
porque vino Tomasa la Maribunda, la mujer del Maestro de los Amazonas.
Puso una carpeta muy rara llamada “Fotografías de Huelva” y de repente
dijo:
–venid a ver las fotos de cuando fuimos a Huelva.-
Y un coro de voces respondió:
-¡Vale, ya vamos!-
Y de repente vino un montón de gente. No sé cuántos había exactamente,
por lo menos había tantos como mi tío Perchepa, mi tía Feringuela, mi
primo Felipencio, mi prima Trilofaca, mi hermano Tirogurelo…
Le enseñó unas imágenes muy raras y se fueron. En cuanto abandonaron
la habitación, Perico sin dudarlo volvió a entrar en Internet y
recordó que la idea que más le había entusiasmado era viajar por la
costa de España. Fue a visitar las playas, los cabos, las marismas…
Ya era muy tarde, así que contó su aventura a sus tíos, a sus primos,
a sus hermanos, a sus padres y a sus abuelos. Cuando se querían decir
algo se mandaban e-mails.
Gracias a Internet había conocido nuevos lugares, y Perico les invitó
a que hicieran un viaje todos juntos. Al principio se negaron, pero
poco a poco Perico les fue convenciendo. Les dejó que eligieran el
lugar adonde iban a ir y decidieron en vez de irse de viaje,
inspeccionar la lengua de los humanos, porque en realidad no los
entendían, solo los escuchaban hablar.
Y así, gracias a Perico y a Internet, un ordenador se lo contó a otro,
y este a otro, que pasó la voz a muchos más. Y Perico tuvo su
recompensa. A partir de ese momento se llamó Red334. Y además, gracias
a sus viajes, adquirió el don de poder inventarse cuentos y ponerlos
en Internet para que los demás los pudieran leer.

Mariangeles Magán Cañadas


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